28 de enero 2016

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Lectura para hoy:
Profetas y Reyes p. 41-42

Escúchalo aquí.

Allí, delante de los altares de las divinidades paganas, “Chemos, abominación de Moab” y “Moloch, abominación de los hijos de Ammón” (1 Reyes 11:7), se practicaban los ritos más degradantes del paganismo.

La conducta de Salomón atrajo su inevitable castigo. Al separarse de Dios para relacionarse con los idólatras se acarreó la ruina. Al ser infiel a Dios, perdió el dominio propio. Desapareció su eficiencia moral. Sus sensibilidades delicadas se embotaron, su conciencia se cauterizó. El que durante la primera parte de su reinado había manifestado tanta sabiduría y simpatía al devolver un niño desamparado a su madre infortunada (1 Reyes 3:16-28), degeneró al punto de consentir en que se erigiese un ídolo al cual se sacrificaban niños vivos.

El que en su juventud había sido dotado de discreción y entendimiento, el que en pleno vigor de su edad adulta se había sentido inspirado para escribir: “Hay camino que al hombre parece derecho: empero su fin son caminos de muerte” (Proverbios 14:12), se apartó tanto de la pureza en años ulteriores que toleraba los ritos licenciosos y repugnantes relacionados con el culto de Chemos y Astarot, o Astarte. El que en ocasión de la dedicación del templo había dicho a su pueblo: “Sea pues perfecto vuestro corazón para con Jehová nuestro Dios” (1 Reyes 8:61), transgredió él mismo y negó sus propias palabras en su corazón y en su vida. Consideró erróneamente la libertad como licencia. Procuró, pero ¡a qué costo! unir la luz con las tinieblas, el bien con el mal, la pureza con la impureza, Cristo con Belial.

Después de haber sido uno de los mayores reyes que hayan empuñado un cetro, Salomón se transformó en licencioso, instrumento y esclavo de otros. Su carácter, una vez noble y viril, se trocó en enervado y afeminado. Su fe en el Dios viviente quedó suplantada por dudas ateas. La incredulidad destruía su felicidad, debilitaba sus principios y degradaba su vida. La justicia y magnanimidad de la primera parte de su reinado se transformaron en despotismo y  tiranía. ¡Pobre y frágil naturaleza humana! Poco puede hacer Dios en favor de los hombres que pierden el sentido de cuánto dependen de él.

Durante aquellos años de apostasía, progresó de continuo la decadencia espiritual de Israel. ¿Cómo podría haber sido de otra manera cuando su rey había unido sus intereses con los agentes satánicos? Mediante estos agentes, el enemigo obraba para confundir a los israelitas acerca del culto verdadero y del falso; y ellos resultaron una presa fácil. El comercio con las demás naciones los ponía en relación estrecha con aquellos que no amaban a Dios, y disminuyó enormemente el amor que ellos mismos le profesaban. Se amortiguó su agudo sentido del carácter elevado y santo de Dios. Rehusando seguir en la senda de la obediencia, transfirieron su reconocimiento al enemigo de la justicia. Vino a ser práctica común el casamiento entre idólatras e israelitas, y éstos perdieron pronto su aborrecimiento por el culto de los ídolos. Se toleraba la poligamia. Las madres idólatras enseñaban a sus hijos a observar los ritos paganos. En algunas vidas, una idolatría de la peor índole reemplazó el servicio religioso puro instituido por Dios.

Los cristianos deben mantenerse distintos y separados del mundo, de su espíritu y de su influencia. Dios tiene pleno poder para guardarnos en el mundo, pero no debemos formar parte de él. El amor de Dios no es incierto ni fluctuante. El vela siempre sobre sus hijos con un cuidado inconmensurable. Pero requiere una fidelidad indivisa. “Ninguno puede servir a dos señores; porque o aborrecerá al uno y amará al otro, o se llegará al uno y menospreciará al otro: no podéis servir a Dios y a Mammón.” Mateo 6:24.

Salomón había sido dotado de sabiduría admirable; pero el mundo le atrajo y le desvió de Dios. Los hombres de hoy no son más fuertes que él; propenden tanto como él a ceder a las influencias que ocasionaron su caída. Así como Dios advirtió a Salomón el peligro que corría, hoy amonesta a sus hijos para que no pongan sus almas en peligro por la afinidad con el mundo. Les ruega: “Por lo cual salid de en medio de ellos, y apartaos, … no toquéis lo inmundo; y yo os recibiré, y seré a vosotros Padre, y vosotros me seréis a mí hijos e hijas, dice el Señor Todopoderoso.” 2 Corintios 6:17, 18.

El peligro acecha en medio de la prosperidad. A través de los siglos, las riquezas y los honores han hecho peligrar la humildad y la espiritualidad. No es la copa vacía la que nos cuesta llevar; es la que rebosa la que debe ser llevada con cuidado. La aflicción y la adversidad pueden ocasionar pesar; pero es la prosperidad la que resulta más peligrosa para la vida espiritual. A menos que el súbdito humano esté constantemente sometido a la voluntad de Dios, a menos que esté santificado por la verdad, la prosperidad despertará la inclinación natural a la presunción.

En el valle de la humillación, donde los hombres dependen de que Dios les enseñe y guíe cada uno de sus pasos, están comparativamente seguros. Pero los hombres que están, por así decirlo, en un alto pináculo, y quienes, a causa de su posición, son considerados como poseedores de gran sabiduría, éstos son los que arrostran el peligro mayor. A menos que tales hombres confíen en Dios, caerán.

Cuando quiera que se entreguen al orgullo y la ambición, su vida se mancilla; porque el orgulloso, no sintiendo necesidad alguna, cierra su corazón a las bendiciones infinitas del Cielo. El que procura glorificarse a sí mismo se encontrará destituído de la gracia de Dios, mediante cuya eficiencia se adquieren las riquezas más reales y los goces más satisfactorios. Pero el que lo da todo y lo hace todo para Cristo, conocerá el cumplimiento de la promesa: “La bendición de Jehová es la que enriquece, y no añade tristeza con ella.” Proverbios 10:22.

Con el toque suave de la gracia, el Salvador destierra del alma la inquietud y ambición profanas, y trueca la enemistad en amor y la incredulidad en confianza. Cuando habla al alma diciendo: “Sígueme,” queda roto el hechizo del mundo. Al sonido de su voz,
el espíritu de codicia y ambición huye del corazón, y los hombres, emancipados, se levantan para seguirle.

Foto: bit.ly/1PUgccT