7 DE FEBRERO 2018

Escúchalo aquí.

Lectura para hoy: Apocalipsis 12:1-5; CS 139-140

Apocalipsis 12:1-5 La mujer y el dragón
1Apareció en el cielo una señal maravillosa: una mujer revestida del sol, con la luna debajo de sus pies y con una corona de doce estrellas en la cabeza. Estaba encinta y gritaba por los dolores y angustias del parto. Y apareció en el cielo otra señal: un enorme dragón de color rojo encendido que tenía siete cabezas y diez cuernos, y una diadema en cada cabeza. Con la cola arrastró la tercera parte de las estrellas del cielo y las arrojó sobre la tierra. Cuando la mujer estaba a punto de dar a luz, el dragón se plantó delante de ella para devorar a su hijo tan pronto como naciera. Ella dio a luz un hijo varón que gobernará a todas las naciones con puño de hierro. Pero su hijo fue arrebatado y llevado hasta Dios, que está en su trono.

CS 139-140

En tanto que la mayoría de los miembros de la dieta no hubieran vacilado en entregar a Lutero a la venganza de Roma, no eran pocos los que echaban de ver con dolor la corrupción que prevalecía en la iglesia, y deseaban que se concluyera con los abusos que sufría el pueblo alemán como consecuencia de la degradación e inmoralidad del clero. El legado había presentado al gobierno del papa del modo más favorable. Pero entonces el Señor movió a uno de los miembros de la dieta a que hiciese una verdadera exposición de los efectos de la tiranía papal. Con noble firmeza el duque Jorge de Sajonia se levantó ante aquella asamblea de príncipes y expuso con aterradora exactitud los engaños y las abominaciones del papado y sus fatales consecuencias. En conclusión añadió:

“He aquí indicados algunos de los abusos de que acusan a Roma. Han echado a un lado la vergüenza, y no se aplican más que a una cosa: ¡al dinero! ¡siempre más dinero! […] de modo que los predicadores que debieran enseñar la verdad, no predican sino la mentira; y no solamente son tolerados, sino también recompensados, porque cuanto más mientan, tanto más ganan. De esta fuente cenagosa es de donde dimanan todas esas aguas corrompidas. El desarreglo conduce a la avaricia […]. ¡Ah! es un escándalo que da el clero, precipitando así tantas almas a una condenación eterna. Se debe efectuar una reforma universal” (ibíd., cap. 4).

Lutero mismo no hubiera podido hablar con tanta maestría y con tanta fuerza contra los abusos de Roma; y la circunstancia de ser el orador un declarado enemigo del reformador daba más valor a sus palabras.

De haber estado abiertos los ojos de los circunstantes, habrían visto allí a los ángeles de Dios arrojando rayos de luz para disipar las tinieblas del error y abriendo las mentes y los corazones de todos, para que recibiesen la verdad. Era el poder del Dios de verdad y de sabiduría el que dominaba a los mismos adversarios de la Reforma y preparaba así el camino para la gran obra que iba a realizarse. Martín Lutero no estaba presente, pero la voz de Uno más grande que Lutero se había dejado oír en la asamblea.

La dieta nombró una comisión encargada de sacar una lista de todas las opresiones papales que agobiaban al pueblo alemán. Esta lista, que contenía ciento una especificaciones, fue presentada al emperador, acompañada de una solicitud en que se le pedía que tomase medidas encaminadas a reprimir estos abusos. “¡Cuántas almas cristianas se pierden!—decían los solicitantes—¡cuántas rapiñas! ¡cuántas exacciones exorbitantes! ¡y de cuántos escándalos está rodeado el jefe de la cristiandad! Es menester precaver la ruina y el vilipendio de nuestro pueblo. Por esto unánimemente os suplicamos sumisos, pero con las más vivas instancias, que ordenéis una reforma general, que la emprendáis, y la acabéis” (ibíd.).

El concilio pidió entonces que compareciese ante él el reformador. A pesar de las intrigas, protestas y amenazas de Aleandro, el emperador consintió al fin, y Lutero fue citado a comparecer ante la dieta. Con la notificación se expidió también un salvoconducto que garantizaba al reformador su regreso a un lugar seguro. Ambos documentos le fueron llevados por un heraldo encargado de conducir a Lutero de Wittenberg a Worms.

Los amigos de Lutero estaban espantados y desesperados. Sabedores del prejuicio y de la enemistad que contra él reinaban, pensaban que ni aun el salvoconducto sería respetado, y le aconsejaban que no expusiese su vida al peligro. Pero él replicó: “Los papistas […] no deseaban que yo fuese a Worms, pero sí, mi condenación y mi muerte. ¡No importa! rogad, no por mí, sino por la Palabra de Dios […]. Cristo me dará su Espíritu para vencer a estos ministros del error. Yo los desprecio durante mi vida, y triunfaré de ellos con mi muerte. En Worms se agitan para hacer que me retracte. He aquí cuál será mi retractación: Antes decía que el papa era el vicario de Cristo; ahora digo que es el adversario del Señor, y el apóstol del diablo” (ibíd., cap. 6).

Lutero no iba a emprender solo su peligroso viaje. Además del mensajero imperial, se decidieron a acompañarle tres de sus más fieles amigos. Melanchton deseaba ardientemente unirse con ellos. Su corazón estaba unido con el de Lutero y se desvivía por seguirle, aun hasta la prisión o la muerte. Pero sus ruegos fueron inútiles. Si sucumbía Lutero, las esperanzas de la Reforma quedarían cifradas en los esfuerzos de su joven colaborador. Al despedirse de él, díjole el reformador: “Si yo no vuelvo, caro hermano, y mis enemigos me matan, no ceses de enseñar la verdad y permanecer firme en ella […]. Trabaja en mi lugar. Si tú vives, poco importa que yo perezca” (ibíd., cap. 7). Los estudiantes y los vecinos que se habían reunido para ver partir a Lutero estaban hondamente conmovidos. Una multitud de personas cuyos corazones habían sido tocados por el evangelio le despidieron con llantos. Así salieron de Wittenberg el reformador y sus acompañantes.